miércoles, 7 de septiembre de 2011

Camino de redención


Fairy wood, de Evgeni Dinev
http://www.freedigitalphotos.net
La descripción del blog Reeducando a mamá, del que soy asidua, dice: Antes de ser madre yo pensaba que a los niños había que criarlos a golpe de: "Quién bien te quiere te hará llorar" y que "la letra con sangre entra". Pero mis hijos lo han cambiado todo. Ahora sé que tengo que sostenerlos, nutrirlos, amarlos sin límites y dejarme llevar por mi deseo maternal. Como hija del patriarcado conductista necesito reeducarme. Y en esta reeducación necesito vuestra ayuda: la de esta “tribu” virtual defensora de nuestra capacidad natural para vivir en el AMOR.
Me permito copiarla porque me identifico totalmente con lo que la autora quiere expresar. Se suele decir que quien no tiene hijos tiene normas, y antes de ser madre tenía clarísimo que dejaría a los niños con la abuela para irme de vacaciones con mi marido, que los niños necesitan mano dura, que no permitiría que un bebé me cambiara la vida.
En realidad, no tuve que esperar a convertirme en madre para darme cuenta de la cantidad de sandeces que defendía con cierta arrogancia: en cuanto me puse de parto, se borraron de mi mente las técnicas de relajación que me enseñaron en los cursillos, las teorías de las revistas sobre bebés y los consejos recibidos. En ese momento conecté con mi parte más animal, la más instintiva y al mismo tiempo la más sabia de todo mi ser, mientras rezaba una silenciosa plegaria a mi madre para que me ayudara en ese trance que se me antojaba tan aterrador. Evolucioné, crecí, me descubrí, envejecí mil años en pocos minutos.
Ahora me siento libre de ataduras mientras recorro este camino de redención en compañía de mis cachorros (y de su padre, por supuesto). Las críticas y las opiniones ajenas resbalan sobre mi piel como si fueran gotas de lluvia, caen al suelo y forman charcos que no resistirán el calor del sol.
Ya no me interesan las teorías ni las experiencias ajenas, me dejo guiar por mi instinto porque sé que no me fallará. A veces cometo errores y tropiezo, pero mi familia está a mi lado, tendiéndome la mano para ayudarme. Lo más importante no es llegar, sino disfrutar del viaje.

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