jueves, 29 de diciembre de 2011

Como una estrella

El próximo día de Año Nuevo se cumplirán 6 años de la muerte de mi madre.
Ese día empezó de madrugada, recuerdo la llamada de mi padre que rompió el silencio de la noche para decirme lo que él mismo se negaba a creer.
Después de aquel día y del siguiente, ya no recuerdo nada. Todo es una confusa maraña de sentimientos: dolor, un dolor intenso y desgarrador que rompió mi alma y la hizo añicos, rabia, incredulidad, soledad, tristeza; sobre todo, la sensación de no poder volver a ser feliz nunca más.
Cuando se fue dejó un vacío dentro de mí, una ráfaga de viento helado me llegó hasta los huesos y me congeló el corazón. Los demás, los que quedaron, mi marido, mi padre, el bebé que pataleaba en mi interior me arroparon para ayudarme a derretir el hielo que atenazaba mis entrañas, pero aún así no pasaba día en que no me preguntara a mí misma cómo habría sido mi vida si las cosas hubieran sido diferentes.
Nada en la vida puede prepararnos para la muerte de un ser querido; nada en la vida puede compensarnos por su ausencia. Es algo que nunca se supera, y sin embargo el tiempo y la distancia nos enseñan a convivir con un vacío en nuestro interior. Nunca será igual, pero volvemos a experimentar una felicidad que creíamos perdida.
Ahora pienso en mi madre con la resignada aceptación de lo que fue sin entregarme a las fantasías de lo que habría podido ser. No suelo mirar sus fotos a menudo, porque su imagen sigue grabada a fuego en mi memoria. Además, en las fotos salía con cara de ajo: no solía sonreír porque tenía un diente torcido, y le daba vergüenza enseñarlo a la cámara. Sin embargo, era una persona muy vital y solar, con una sonrisa contagiosa: así es como la recuerdo, así es como vive dentro de mí, con una sonrisa en los labios, siempre a punto de estallar en carcajadas.

Bright Star, de bulldogza
http://www.freedigitalphotos.net
A veces me pregunto qué pensaría de mí al verme en mi faceta de madre. Sé que en algunas cosas chocaríamos, que se horrorizaría al descubrir que su nieta de 15 meses sigue tomando teta o que su nieto decide con cierta regularidad lo que quiere para cenar. La verdad es que una pelea dialéctica de vez en cuando sería preferible a este yermo desierto de hielo, hecho de eternos silencios.

Sin embargo, con el tiempo me he vuelto capaz de recordar nuestras vivencias con ternura y ya no con tristeza. Sé que no volverán, pero también sé que no las olvidaré nunca, y podré recordarlas las veces que quiera, y será como volver a vivir con ella de nuevo.

Mi madre no se ha ido, no se ha muerto del todo. Revive en cada una de las canciones que me enseñó y que ahora canto a mis hijos, en los apodos que han heredado, en los regalos que conservo, las postales que atesoro. He sentido, incluso físicamente, su caricia en los momentos de desaliento, y por las noches puedo mirar el cielo estrellado por la ventana y saber que está allí.
Lejana como una estrella pero igual de brillante, me ve, me sigue, me acompaña y está a mi lado incluso cuando no percibo su presencia. Diminuto punto de luz en el tejido de la divinidad, como una estrella se ha convertido en la luz que me guía.

Dedicado a mi madre, a todas las madres que ya no están, a todas las abuelas que no pudieron conocer o ver crecer a sus nietos y que nos transmiten su fuerza y su amor desde el infinito.




miércoles, 28 de diciembre de 2011

Ya estamos en facebook

A partir de ahora, El mundo de Kim también está en facebook (http://www.facebook.com/pages/El-mundo-de-Kim/294404793939322). Ha sido un paso que me ha costado un poco dar, debido a mi reticencia a tirarme de cabeza a las redes sociales; por otra parte, sé que tengo algunos seguidores que no pueden añadirse a la lista ni publicar comentarios al no tener perfil en google, y espero que de este modo mi blog se vuelva más accesible (y por qué no, más conocido).
A la derecha, he añadido el botón correspondiente, por si a alguien le apetece hacerse fan.
A todos, y como siempre, gracias por estar allí.

martes, 27 de diciembre de 2011

Premio "Best blog"


Este precioso premio me llega de la mano de Marián, de De repente mami, y desde aquí le vuelvo a pedir disculpas por el retraso, pero en estas fechas no ando sobrada de tiempo que digamos.
En esta ocasión no tengo que hacer nada especial para recogerlo, así que lo recojo y ya está.
Se lo entrego a mi vez a un blog que acabo de descubrir (gracias, como no, a Mon, reina de los enlaces): se llama Tu papá te mima, y me ha gustado mucho.
Gracias por estar allí, un beso y felices fiestas.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Ya es Navidad


Ya es Navidad, una de muchas. Cada vez que se acerca esta época del año no puedo evitar mirar hacia atrás, rememorar las Navidades que viví en el pasado.
Recuerdo las Navidades de mi infancia y acuden a mi mente las viejas imágenes que no se desdibujan a pesar del tiempo transcurrido: me veo a mí misma con la nariz pegada al escaparate de una juguetería, observando encandilada un tren de juguete que daba vueltas por un paisaje nevado, lo veía subir montañas y entrar en túneles. Mi padre coleccionaba trenes antes de que yo naciera, y la habitación que luego se convirtió en la mía era el santuario dedicado a su afición: a veces, ante mi insistencia, volvía a sacar los trenes y los raíles y a construir un circuito, no tan complejo como el de la juguetería, pero suficientemente fascinante para mis ojos de niña.
Christmas gift, de digitalart
http://www.freedigitalphotos.net
También recuerdo los olores de la comida, cocinada en cantidades industriales por mi madre y mi abuela: el pavo con una salsa que nunca me ha salido igual, el guiso de lentejas porque traían suerte, el zampone, un plato navideño típico del norte de Italia que consiste en una manita de cerdo rellena de carne picada y especiada (un auténtico ladrillo para el estómago que curiosamente de niña podía comer y de mayor me costaba digerir); el cosquilleo en la nariz producido por las burbujas del spumante (versión italiana del cava) en el que mojaba los dedos para brindar cuando era muy pequeña.
Luego crecí, mis recuerdos dejaron de estar tan ligados a los cinco sentidos y la Navidad perdió su encanto.
Años después, el mazazo: la muerte de mi madre en Nochevieja, mi determinación a no volver a celebrar el Año Nuevo nunca más; siguieron unas Navidades agridulces, en las que no sabía si alegrarme por ver a mi hijo disfrutar de ellas o entristecerme porque mi madre ya no lo podría ver.
Pero como siempre, como todo, no dejo nunca de aprender de mis niños. Ahora veo las Navidades a través de sus ojos y la magia ha vuelto con toda su fuerza.
Mi vida actual y mi vida pasada se juntaron hace un par de semanas mientras hacía el árbol con mis hijos, y le explicaba a mi hijo mayor, como mi madre me explicó a mí hace décadas, la historia de cada adorno que colocamos en él: la piña que ya tiene cien años, pues la heredamos de mi tatarabuela, el reno que siempre hay que poner cerca de una luz para que brillen los diminutos cristales con los que está hecho, las bolas de tela que yo me encargaba de colocar desde siempre porque no eran frágiles.
De camino a casa nos entretenemos viendo la tienda de disfraces de la esquina, donde está expuesto un muñeco vestido de ángel, y nos partimos de risa cada vez que lo vemos: a estas alturas, ya no sé si me río porque la cara del muñeco es bonita, fea o simplemente cómica, pero en cuanto lo veo me pongo de buen humor.
Mi hijo me ha obligado a poner el CD de villancicos en el coche: tengo una colección entera de canciones navideñas, en italiano, en castellano, y también en inglés, alemán y latín, y las cantamos todas, cuando no sabemos la letra o no entendemos el idioma nos lo inventamos y ya está. Mi niña, que todavía es pequeña para cantar, da palmas y baila al son de la música, y cuando paramos en un semáforo saluda a los artistas callejeros.
Mi niño ha escrito su carta a Papá Noel, una auténtica carta hecha a mano a lo largo de varios días, no solo una lista de la compra con los regalos que espera recibir.
Y mi padre ha prometido que volverá a sacar su tren para enseñárselo a sus nietos, y hasta permitirá que hagan chocar dos trenes, cosa que a mí no me dejó hacer nunca.
Por fin, es Navidad.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Un día como hoy

Ring, de Salvatore Vuono
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A las 16:00 de la tarde de un 7 de diciembre, hace 9 años, subía la escalinata de una iglesia camino del altar. Hasta no mucho antes, solía hacer gala de ese anticonformismo moderno e irriverente, y declaraba a cualquiera que me lo preguntara que no era partidaria del matrimonio, ni mucho menos de casarme por la iglesia. En realidad no se trataba de una pose: estaba firmemente convencida de que un papel no iba a cambiar lo más mínimo nuestra relación; además, no me gustaba la idea de una boda religiosa porque, si bien creo en Dios, no me siento especialmente identificada con la religión católica ni con ninguna otra. Tampoco me atraía la idea de casarme por lo civil, porque aunque a mi manera soy creyente, y unirme a una persona de por vida por el artículo 42 me parecía un enfoque un poco reduccionista.
Sin embargo, en la vida hay cosas aparentemente sencillas que nos hacen olvidarnos de nuestros principios. Ese punto de inflexión se produjo, en mi caso, una tarde de invierno, mientras mi entonces novio y yo caminábamos, ya no recuerdo si íbamos a algún sitio o simplemente dábamos un paseo. Pasamos al lado de la iglesia y me contó una anécdota aparentemente sin importancia: cuando era pequeño, solía admirar el exterior de esa iglesia al cruzar la calle, y se prometió a si mismo que si un día se casaba, lo haría allí.
Esa frase me hizo tragarme todos mis prejuicios, mis titubeos e incluso mis creencias, pues había puesto al alcance de mi mano el poder de cumplir un sueño. Nos miramos y sin decirnos nada subimos la escalinata para ir a pedir fecha.
Un año después volvía a subir esa escalinata del brazo de mi padre, rezando para no tropezar con el borde del vestido. Era mi día de gloria, el único día en la vida en el que absolutamente todo el mundo iba a decirme que estaba impresionantemente guapa y espectacular. Sin embargo, no recuerdo mi entrada, no tenía ojos para los invitados ni oídos para la música. Todos mis sentidos estaban centrados en él y en sus ojos que brillaban de emoción.
Nueve años después, dos hijos después, años luz después, sigue a mi lado, contra viento y marea.
Un día como hoy, le siguen brillando los ojos.