viernes, 29 de junio de 2012

Por qué estoy en contra del método Estivill


La mayoría de los que me conocen, tanto personal como virtualmente, saben que estoy decididamente en contra del método Estivill y demás técnicas que proponen dejar llorar a los niños. Sin embargo, cuando hablamos del tema, no suelen pedirme argumentos para sustentar mi negativa: piensan directamente que carezco de ellos, o me atribuyen una serie de razones que poco tienen que ver con la realidad.
Puesto que hoy se celebra el Día Mundial del Sueño feliz, aprovecharé para aportar mi granito de arena, dejar claro que tengo argumentos (si no fuera una señora, diría también que los tengo bien puestos) y explicarlos a continuación para que queden claros.

No es que me dé pena: lógicamente, no me parece plato de buen gusto oír llorar a un bebé, sea cual sea el motivo. Sin embargo, suponer que estoy en contra del método Estivill solo porque me da pena la idea de oír llorar a mis hijos me parece de una simplonería sin precedentes. También me da pena que mis hijos lloren al ponerles una vacuna y aún así llevan puestas todas las del calendario: en este caso, porque considero que los beneficios de la vacuna superan con creces los posibles riesgos de no llevarla; en cambio, el método Estivill  beneficia al autor del libro y perjudica a todos los demás: a los niños, porque se les arrebata hasta la posibilidad de expresar su sufrimiento, y a los padres, porque de este modo renuncian para siempre a un vínculo que podía haber sido precioso. Y sí, se puede dar marcha atrás, se puede tratar de olvidar lo que ha sido y centrarse en lo que será, pero nunca jamás se podrá recuperar lo que pudo ser.
Imagen: cortesía de Pre Papá

No me da miedo que se hagan independientes: cada paso nuevo que dan me produce una mezcla de orgullo y nostalgia. Orgullo, porque veo que se están haciendo mayores; nostalgia, porque empiezo a añorar una etapa que se ha quedado definitivamente atrás. Sin embargo, el concepto de independencia que tengo yo difiere sustancialmente del de buena parte de mi entorno (estivilizadores convencidos en su mayoría). Ser independiente no significa dejar en paz a tus padres mientras se están tomando una cañita en el bar del parque, significa ser capaz de hacer cosas y de tomar decisiones razonadas sin necesidad de ayuda externa. Curiosamente, los que más fomentan la independencia infantil a la hora de dormir suelen dejar más bien poco margen a los niños para ejercerla en otras facetas de su vida. Como dije, no tengo miedo a que mis hijos se hagan independientes, pero tampoco tengo prisa por conseguirlo. La independencia llegará, pero suele venir de la mano de la seguridad, cuando no es así, a menudo no se trata de independencia, sino de resignación disimulada.

No me creo mejor madre que el resto: estoy harta de que tanta gente intente convertir esto en una carrera de méritos, y empiece a mezclar churras con merinas, a decidir si es peor dejar llorar a un bebé o no llevarle al parque, dejarle con la abuela para irse de viaje en pareja o permitir que coma bollería industrial. No me interesa ser mejor madre que mi cuñada o vecina, con lo cual considero que nadie tiene derecho a puntuarme en base a unos parámetros que yo no he elegido. Solo quiero ser la mejor madre para mis hijos, y desde luego seré mejor madre para ellos si atiendo sus necesidades que si las ignoro.

No funciona: el argumento principal de los que intentan meterme entre ceja y ceja un método que se puede clasificar de inhumano suele ser lo bien que funciona. El método Estivill no enseña a los niños a dormir, les enseña a no molestar a los padres. Una amiga me comentó que su hija puede tardar hasta dos horas en dormirse desde que la acuestan, pero lo hace en silencio y sin llamar a nadie (objetivo cumplido, nótese la ironía). Yo misma observé a un niño previamente estivilizado dar vueltas en la cama durante un tiempo considerable sin levantarse siquiera, mientras los adultos estábamos cenando en la habitación contigua. Es un método que funciona tan bien (otra vez, nótese la ironía) que hay que repetirlo varias veces porque falla más que una escopeta de feria: el mismo libro da a entender que es posible que haya que llevarlo a cabo en repetidas ocasiones.

El método Estivill deja secuelas: no me voy a extender mucho porque ya se ha hablado del tema largo y tendido. Deja muchas secuelas, y han sido demostradas en múltiples ocasiones por pediatras, psicólogos, psiquiatras, neurocientificos y demás personalidades destacadas. No me sirve el ejemplo del niño del vecino, al que le han hecho el método y es, según sus padres, más feliz que una perdiz: voy a probar a decir que el tabaco no hace daño, ya que mi abuela paterna fumó un paquete al día durante toda su vida, murió con 83 años y nunca cogió ni un catarro, a ver si cuela.

Esto no va de límites: dejar llorar a un bebé no tiene absolutamente nada que ver con las cacareadas normas de las que tanto se habla. Odio la palabra límites por lo que representa, pero admito que en mi casa los tenemos: sin embargo, son límites para todos, que consensuamos en la medida de lo posible y cuya razón de ser es la seguridad y la convivencia de todos los que vivimos en casa. Hacer sufrir a mis hijos por mi propia conveniencia me parece, como mínimo, bastante egoísta.

Llorarán muchas veces en la vida: es cierto, y por este motivo me parece absolutamente cruel e innecesario darles conscientemente más ocasiones para hacerlo. A este respecto, quiero dejar constancia de que el hecho de no dejar llorar a mis hijos no significa que no lloren nunca, porque lo hacen: lloran cuando les duele algo, si se caen y se hacen daño, si se les rompe un juguete, mi hijo mayor también llora si se ha peleado con su mejor amigo y mi hija últimamente llora porque le están saliendo las muelas. Sin embargo, no es comparable al método Estivill, porque cada vez que lloran lo hacen entre mis brazos, mientras les doy besos, les acaricio el pelo y si no puedo hacer más, les susurro lo mucho que lo siento y cómo me gustaría poder ayudarles. No lloran solos y abandonados en una cuna.

Tengo claras mis prioridades: en el momento en que decidí ser madre, supe que mi vida iba a cambiar. Esto no es una lucha de poder, pero si en algún momento hay un conflicto de intereses, lo lógico es que se sacrifique el adulto y no el bebé, que tiene menos herramientas emocionales para hacer frente a la situación.

Mis hijos no dormían del tirón: de hecho, mi niña todavía no lo hace. Es bastante común dar a entender que quien está en contra del método Estivill no sabe lo que es pasar una mala noche. Pues resulta que lo sé, sé lo que es despertarse varias veces en plena noche, pasear a oscuras cantando nanas mientras miras el reloj y recuerdas que todavía no has dormido y dentro de un par de horas te tienes que levantar, sé lo que es tomarse media docena de cafés para parecer personas, llevar corrector de ojeras a todas partes para que en el trabajo no se note tanto. Lo sé y no presumo de ello, lo que he hecho no es nada extraordinario, es simplemente lo normal, lo que me ha pedido el cuerpo. Me remito a lo que dije antes, tengo claras mis prioridades, y el bienestar emocional de mis hijos tiene preferencia respecto a mi derecho a descansar.

Cada niño tiene su ritmo: son seres humanos, no robots programables y por tanto no me sirven las estadísticas tendenciosas o directamente falsas que afirman que a partir de tal edad deberían dormir toda la noche. Solo se trata de confiar en su naturaleza, tarde o temprano acabarán por dormir del tirón (mi hijo lo hace, a pesar de las predicciones tremendistas que tuve que oír).

No soy ninguna mártir: no aplicar el método Estivill no significa renunciar a la vida de pareja o pasarse la noche dando vueltas por el pasillo. Se trata simplemente de acompañar al bebé, de tratar de conectar con él para poder entender sus necesidades y adelantarse a ellas siempre que sea posible, y mientras tanto, de ponerse la vida lo más fácil posible (el colecho no es una solución per se, pero ahorra desvelos y paseos nocturnos).

Con el tiempo, las noches se disfrutan: mi hijo mayor tardaba una eternidad en dormirse. Admito que a veces era cansado, hasta desesperante, porque ponía todo mi empeño en intentar relajarle y ocurría todo lo contrario, se activaba cada vez más. Pero a veces me olvidaba del reloj y del tiempo que llevaba intentando dormirle y simplemente trataba de conectar con él, intentaba emocionarme ante el cuento que le contaba, disfrutar de los sonidos, los olores de la habitación, jugar a las sombras chinas en las paredes del dormitorio, contestar a mil preguntas que de repente le venían a la cabeza. Cuando finalmente se dormía, me quedaba un rato tumbada a su lado mientras me invadía una indescriptible sensación de paz y felicidad. Verles dormidos me recuerda el grandísimo amor que siento hacia ellos.
Si les hubiera hecho el método Estivill, nos habríamos perdido todo esto.

No aplicar el método Estivill no deja ningún tipo de secuela: mi hijo mayor es la prueba viviente de ello. Tiene 6 años y no padece ninguno de los posible problemas o trastornos que se mencionan en el libro: no tiene insomnio (ni el que se define por malos hábitos adquiridos y que solo existe en la mente del Dr. Estivill y sus secuaces, ni el insomnio infantil de verdad, que existe pero no se cura dejando llorar al niño); tampoco tiene problemas de crecimiento, ni muestra dependencia excesiva (de hecho, la gente suele considerarle un niño muy independiente), ni problemas de relación de ningún tipo. Igual es pronto para hablar del fracaso escolar, teniendo en cuenta que acaba de terminar el ciclo de infantil, pero sus maestras me han hecho saber que se ha adaptado muy bien y que muestra interés en el trabajo de clase.
Por cierto, ahora duerme solo, en su habitación, no necesita que se le haga compañía hasta que se queda dormido, a veces ha dormido fuera de casa (porque él lo ha pedido) sin ningún problema. Los que me dijeron que nunca sería capaz de hacerlo por culpa de la sobreprotección materna ya pueden ir pidiendo disculpas.

Blogs que se han sumado al Día Mundial del Sueño Feliz:




martes, 26 de junio de 2012

29 de junio: Día Mundial del Sueño feliz




Día Mundial del Sueño feliz. Se trata básicamente de desmontar los mitos que rodean el método Estivill y de inundar masivamente el ciberespacio con mensajes a favor del sueño feliz.
Imagen: cortesía de Pre Papá
Me hago eco de una iniciativa que está corriendo como la pólvora a lo largo y a lo ancho de la blogosfera: el próximo día 29 de junio será el
A tal efecto, se han creado también un grupo y un evento en facebook para coordinar las acciones a realizar, que son las siguientes:

- Anunciar este evento en los blogs tan pronto como sea posible.
- Incluir en facebook mensajes, enlaces, artículos y estudios que pongan de manifiesto las consecuencias negativas de los métodos de adiestramiento para dormir
- En twitter, el próximo 29 de junio utilizar masivamente el hashtag #DesmontandoaEstivill, para conseguir que sea Trending Topic ese día.
- En los blogs, el próximo 29 de junio publicar una entrada contando nuestras opiniones acerca del método Estivill y nuestra experiencia de sueño feliz.




sábado, 23 de junio de 2012

Premio pirata

Me llena de orgullo y satisfacción que alguien pueda considerar este blog merecedor de un premio, pero el que se trate de un premio pirata lo hace aún más especial, puesto que el universo de los bucaneros es el tema prácticamente fijo de los cuentos para dormir que me invento para mi niño, y después de tanto tiempo relatando las aventuras del Pirata Tuerto y el Pirata Barbalarga, he acabado por cogerles cariño.
Volviendo al premio, me llega además por partida doble, y curiosamente me lo otorgan dos gallinas: la primera es Carmen, de La gallina pintadita. Aprovecho la ocasión para pedirle disculpas también desde aquí por el retraso en recogerlo (llevo una temporada que no tengo tiempo ni de respirar).
La segunda es Huevalda: ignoraba que tuviera un blog (cuando se entere me dará un picotazo), pero lo tiene, se llama Huevalda, la gallina indignada, he intentado hacerme seguidora suya pero al parecer no da opción a ello, así que he decidido añadirla a la lista de blogs que no quiero perderme.
Y como todo en la vida, las cosas se disfrutan más cuando se comparten, así que vamos a repartirlo a diestro y siniestro:
A Mon, de Entre mimos y juguetes, porque en calidad de madre de dos piratillas, le va a venir que ni pintado, y sobre todo por la sensibilidad y la pasión que pone en todo lo que hace.
A Merche, de Trasteando en casa, por la admiración y la envidia sana que siento ante su habilidad para las manualidades, pero sobre todo por su entusiasmo.
A Anuska, de La casita de Aroa, porque aunque parezca que últimamente la tengo un poco olvidada, en realidad nunca he dejado de seguirla y de apreciarla.

martes, 5 de junio de 2012

Morbo fácil

Necesito escribir esta entrada, llevo mucho tiempo queriendo hacerlo, quizás lo que he visto ayer fuera el pretexto que necesitaba para lanzarme. Intentaré abordar el tema con todo el tacto, la delicadeza y el respeto de los que soy capaz, por otra parte, aviso que algunos detalles pueden herir sensibilidades.

Ayer, siguiendo un enlace que encontré en un foro, llegué hasta un video que solo puedo calificar de horrible. No puedo ni quiero entrar en detalles porque todavía se me revuelven las tripas solo de pensarlo; digamos que la grabación, de unos 4 minutos de duración, muestra a una desgraciada (considérese un eufemismo) que golpea repetidamente a su bebé. Lo vi sin oírlo, pues silencié el audio (las imágenes me parecieron de una crudeza sin precedentes, y el llanto de la bebé era decididamente más de lo que habría podido soportar); después de verlo, tardé alrededor de media hora en dejar de temblar, y mucho más en quitármelo de la cabeza. Para ser sincera, esto último todavía no lo he conseguido del todo porque sigo teniendo flashes.
En ese momento, mi hija estaba durmiendo en mis brazos y sentí el impulso irresistible de estrecharla con fuerza contra mí a la vez que la llenaba de besos, como si el amor que siento hacia ella pudiese de algún modo compensar el auténtico infierno que la bebé del video tenía que haber experimentado en su vida diaria.
Cuando la sensación de horror empezó a remitir, llegó la rabia.
Rabia dirigida contra mí misma, por empeñarme en ver cosas que sé que me van a afectar, pero sobre todo hacia esta sociedad enferma, que maltrata a la parte más vulnerable de la humanidad y para más inri alimenta el morbo fácil para ganar audiencia y tener sus 10 minutos de fama.
Considero que el maltrato infantil es una lacra social que se debe erradicar cueste lo que cueste; estoy de acuerdo en que ignorar una realidad incómoda y desagradable no la hará desaparecer; pienso que se debe concienciar a la población de la gravedad del problema y que es un tema que no admite medias tintas. Dicho esto, opino que nos deberíamos plantear hasta qué punto es lícito, válido y productivo hacer palanca en la sensibilidad del público, dónde trazamos el límite entre el derecho a la información y el voyeurismo enfermizo.
Por lo que he podido averiguar, el video al que hago referencia ha sido grabado en Malasia hace aproximadamente un año: la persona que lo grabó lo entregó inmediatamente a la policía y gracias a ello la desalmada ha sido condenada a 18 meses de cárcel.
Desconozco cómo llegó hasta youtube, pero desde allí corrió como la pólvora. La versión original pide los datos de registro al considerarlo un contenido no apto para menores, pero desde allí se ha copiado a una docena de webs, blogs y páginas de facebook que lo exhiben sin ningún tipo de restricción. Curiosamente, muchos consideran ofensivas las imágenes de niños mamando pero no tienen ningún inconveniente en permitir que se difunda un video de maltrato a un bebé.
Yo lo vi a través de la página de un locutor de radio, que aparentemente lo incluye para concienciar al público acerca de las insuficientes penas de cárcel que reciben los maltratadores; en mi opinión, lo que pretende en realidad es darse autobombo y aumentar el tráfico hacia su propia página. El mensaje habría quedado igual de claro si se hubiera limitado a resumir la noticia, o alguna otra similar; sin embargo, exponer ese tipo de contenido genera un flujo incesante de mensajes de odio, rabia y tristeza por parte del expectador; no conciencia a nadie, porque la reacción en caliente suele ser desear que la maltratadora se vea obligada a someterse a una ligadura de trompas sin anestesia; reacción lógica y humana (confieso que tras ver el material yo misma me sentí así), pero ineficaz si lo que se pretende es cambiar la mentalidad de las personas acerca del maltrato infantil.
En España parece ser un tema tabú, puesto que existe un inexplicable silencio mediático acerca de los casos de menores maltratados o incluso asesinados por sus progenitores; en cambio, en los países de habla anglosajona este tipo de noticias adquiere muchísima relevancia y difusión. Existen webs que han recopilado cientos de historias de este tipo, una infinita sucesión de detalles estremecedores y descripciones de dudoso gusto. Periódicamente, alguna tragedia salta a la fama, deja de ser un número, un caso entre muchos otros para convertirse en un símbolo de la lucha contra el maltrato, y cuando la prensa ya ha cubierto la noticia hasta la saciedad, empieza a escarbar en la porquería para seguir vendiendo, publicando imágenes y documentos visualmente muy impactantes para alimentar el morbo y las ganas de venganza del ciudadano. He podido ver (a mi pesar) fotos de autopsias, informes de forenses, listados detalladísimos de heridas y fracturas con las correspondientes explicaciones acerca de qué, cuando y cómo se ha producido cada una de ellas, reconstrucciones en 3D de quemaduras y lesiones varias, y todo esto sin apenas buscarlo: con solo introducir el nombre de la víctima, cualquier buscador de internet suele vomitar docenas de enlaces de lo más variado.
No sé hasta qué punto el público necesite disponer de una información tan censurable. En mi opinión, tras el impacto inicial que supone el leer una noticia ya de por si espeluznante entramos en una especie de atrofia emocional: las historias nuevas se desdibujan, se confunden y se mezclan con las anteriores (a mí por lo menos me ha pasado tras leer unas cuantas), así que parece necesario sacar detalles cada vez más truculentos y espantosos para mantener el interés.
Sin embargo, por mi parte me considero una persona suficientemente capaz de empatizar con el sufrimiento sin necesidad de que me agredan con contenido audiovisual no apto para personas sensibles, no necesito que me planten debajo de las narices un primer plano de un moratón para apreciar la brutalidad del suceso.
Ignorar esta realidad no la hará desaparecer, pero deleitarse en los aspectos más escabrosos suele obtener el efecto contrario, no sensibiliza a nadie, al revés, anestesia y aturde.