miércoles, 29 de agosto de 2012

El poder del mar

No sé si me habréis echado de menos, pero ya estoy de vuelta.
Durante estas semanas he cambiado la pantalla por la playa, y el sonido de las teclas por el ruido de las olas rompiéndose contra las rocas. He vuelto animada, contenta y con las pilas cargadas.
En parte, será por el mar. Nací en una ciudad de mar y en cierto modo lo llevo en la sangre: después de tantos años viviendo a cientos de kilómetros del mar, lo sigo echando de menos.
En realidad, la presencia del mar no ha sido el motor de mi infancia, nunca me puse el bañador para lanzarme al agua nada más despertarme: para ir a la playa teníamos que coger el autobús, y a mi madre le parecía bastante engorroso, con lo cual íbamos en contadas ocasiones y reservábamos el mes de julio para ir a una playa "seria". Aún así, cada vez que vuelvo a mi ciudad y respiro el olor del mar, ese aroma salado e inconfundible, me vienen a la mente viejos recuerdos: el puerto pesquero donde di mi primer paseo romántico con mi novio de entonces, las gaviotas que veía volar por el cielo cuando iba a casa de mi primo, la heladería a la que iba con mi mejor amiga desde la que se podía ver todo el golfo.
Hasta el día de hoy me emociono cada vez que veo el mar, me transmite tranquilidad y fuerza a la vez.

En cambio, mi marido y mis hijos han nacido lejos del mar y solo lo han tenido cerca en vacaciones, sin embargo a ellos también les encanta el agua y la disfrutan cada uno a su manera.
A pesar de haber nacido en una ciudad de mar, confieso que no sé nadar (si me lanzan al agua no me ahogo, pero solo consigo dominar el "estilo perro"), en cambio a mi marido le encanta y ha aprovechado las vacaciones para dar rienda suelta a su afición.
Mis niños parecían pececillos, se pasaban todo el día en remojo entre playa y piscina. Mi princesita ha demostrado ser extremadamente lanzada: no le da miedo tirarse al agua ni siquiera sin manguitos, le encantan las aguadillas, se ríe a carcajadas si acaba con la cabeza debajo del agua; su hermano, que a esa edad era algo más circunspecto y tenía cierto reparo a la hora de bañarse donde no hacía pie, se ha soltado por completo y no duda en tirarse por el tobogán o trampolín, le encanta bucear y llevar su propia estadística del tiempo que consigue permanecer sumergido y jugar a cualquier juego acuático que se le ocurra.
Estas semanas he podido disfrutar de mi familia como no lo había hecho en meses: hemos sido libres, felices y más unidos que nunca si cabe. He dejado de pensar en problemas e inconvenientes porque me he dado cuenta de que soy una privilegiada, porque tengo una familia que vale lo que no está escrito.
Así que aquí estoy, todavía un poco en las nubes gracias al poder del mar.
Tengo la casa hecha un desastre y no puedo conectarme tan a menudo como me gustaría, sin embargo he podido ver que en mi ausencia me han llegado premios, en concreto de La Gallina pintadita y de Lo que nadie me dijo. Os los agradezco de corazón y os prometo que en cuanto pueda les dedicaré una entrada para darles la importancia que se merecen, de momento aquí va mi agradecimiento por adelantado.
Gracias por estar allí, como siempre.