jueves, 6 de diciembre de 2012

El club de las madres-verdugo

He llegado a este blog a través de un enlace que encontré en un grupo de Facebook en el que participo. Confieso que me costó un poco desprenderme de los prejuicios, por el simple hecho de que el nombre del mismo (Duérmete mamá) me chirriaba bastante, al recordarme peligrosamente el título de un libro que pretende "enseñar a dormir a los niños" dejándoles llorar hasta la extenuación en una habitación a oscuras.
He leído alguna entrada, aquí y allá, y he llegado a la conclusión de que se trata de un blog de maternidad que defiende unas ideas que personalmente no comparto; obviamente, cada cual es muy libre de escribir en su blog lo que le da la real gana, faltaría más. No me ha sorprendido ni para bien ni para mal, pues parece resumir lo que hoy en día se considera políticamente correcto.
En cambio, lo que sí me ha sorprendido (y muy desfavorablemente, por cierto) ha sido la mayoría de los comentarios respondiendo a todas y cada una de las entradas que he leído. Si bien no me encuentro de acuerdo con muchas de las entradas, debo decir que las mamás que las redactan lo hacen de manera bastante educada y contenida. Sin embargo, muchas de las madres que comentan (y dicho sea de paso, piden a grito respeto para su postura, sea cual sea) se permiten el lujo de insultar abiertamente a las que opinan de forma diferente, amén de recurrir a una serie de burradas sin pies ni cabeza para intentar sostener un argumento del que claramente carecen. En los comentarios se encuentran por doquier esos simpáticos calificativos tipo "ecomadre" o "madre-vaca", acuñados evidentemente por alguien que ni se ha tomado la molestia de analizar la corriente sobre la que iba a escribir, o medias verdades del tipo "a mí me han criado a biberón y estoy perfectamente", "el colecho es peligroso porque hay niños que mueren aplastados" o "esto es una secta que se está poniendo de moda".
Admito que no me gustan las etiquetas y detesto ser encasillada, pero tras ver la rabia, la inquina, la hiel, el rencor y en ocasiones hasta el odio que destilan algunas opiniones, no he podido resistirme a rebautizar alguna de sus autoras como "madres-verdugo".
Vaya por delante que no me considero "seguidora de la crianza natural" en el sentido estricto: digamos que me siento más afín a este tipo de crianza que a cualquier otra, porque el respeto al niño y a sus etapas me parece algo básico y fundamental; ahora, considero que tengo derecho a labrarme mi parcela dentro de ese marco de respeto, adoptar lo que me parece más adecuado y prescindir de lo que no me convence.
Sin embargo, intento en la medida de lo posible tomar decisiones razonadas, informarme de las ventajas y desventajas de cada postura y adoptar la que mejor se ajuste a mi forma de pensar y de entender la maternidad (y también guiarme por mi instinto, faltaría más).
Las entradas más indignantes del mencionado blog son, a mi entender, las que tratan el tema de la lactancia. Reconozco ser radical, fundamentalista y hasta talibana de la teta al respecto, pero considero que en muchos casos habría que informarse antes de opinar.
Mi cruzada particular se reduce a pedir que los profesionales sanitarios se informen antes de recomendar biberones de apoyo cuando no son necesarios, y a quejarme por las opiniones no solicitadas y los comentarios jocosos que me toca escuchar de vez en cuando (dicho sea de paso, me gustaría saber dónde viven las mamás que se sienten cuestionadas y presionadas por su decisión de no dar el pecho, porque en mi entorno te suelen cuestionar justo por lo contrario).
Estoy de acuerdo con ellas hasta cierto punto, porque sinceramente duele que la gente emita juicios de valor sin conocer tu historia, pero tengo que decir que, tras años de frecuentación de foros de crianza con apego, blogs afines y demás publicaciones "sectarias" no he visto que la corriente mayoritaria se dedique a llamar malas madres (expresión ampliamente utilizada por aquellas que optan por la lactancia artificial) a las que dan el biberón por el motivo que sea. De todo habrá, pero hasta donde yo he podido ver, las madres que defienden la lactancia suelen hablar de su propia experiencia, defender su punto de vista, y difundir información (demostrada científicamente) acerca de los beneficios de dar el pecho, apoyar a quiénes quieren darlo pero se encuentran con dificultades y proponer argumentos a favor para quienes estén dudando.
En cambio, la principal defensa de quienes se sitúan (la mayoría de las veces por decisión propia) en el bando contrario, suele ser la de atacar, insultar y descalificar a las que hacen las cosas de otra manera. He tenido que leer, en uno de los comentarios del mencionado blog, que las madres que dan el pecho a niños de tres años son unas enfermas mentales. En calidad de progenitora condenada al manicomio (pues no hemos llegado todavía a los tres años, pero esa es la intención) me he dado por aludida, me he picado y me he puesto a escribir esta entrada, para vapulear verbalmente a ciertas ideas, a mi modo de ver, bastante poco respetables.
Para empezar, me hace cierta gracia que las personas que defienden el biberón por elección lo hagan enarbolando la bandera de la libertad individual, como si las que damos el pecho lo hiciéramos por obligación. Lógicamente, no se puede forzar a una madre a dar el pecho si no quiere hacerlo, pero considero que antes de tomar una decisión hay que sopesar los pros y contras, y hay que hacerlo en base a información actualizada y fiable, y no siguiendo tópicos viejos de décadas.
Quien no quiera dar el pecho, que no lo dé; quien no quiera informarse, que no lo haga; quien prefiera cerrar los ojos ante las ventajas (demostradas) de la lactancia materna y repetir mecánicamente que es muy importante que la madre se sienta cómoda o liberada, es muy libre de actuar como mejor le parezca, pero que luego no pongan en la picota a quienes hemos elegido otro camino, por convicción propia y no por moda. Simplemente, porque no es igual dar el pecho que no hacerlo, atender a un bebé que dejarle llorar, estar con él que dejarle al cuidado de terceros para realizarse trabajando o haciendo vida de pareja y un sinfín de ejemplos similares. No se trata de hacer un ranking de la mejor madre a la peor, ni de concursar para ganar la medalla de madre del año: en mi caso, se trata simplemente de hacer lo que creo que es mejor para mis hijos, y por extensión para mí, de ser fiel a mis principios y de no permitir que me aconsejen en contra de lo que siento.
Pienso que mis opiniones personales son igual de discutibles que las del resto de la humanidad, pero las defiendo con pasión porque he llegado a ellas después de sopesar también las alternativas.
Personalmente, no me siento amenazada por las madres que dan biberón desde el primer día, las que mandan a los niños a la guardería para que socialicen ni por las que aplican el método Estivill (en este último caso, me dan mucha pena los bebés, pero no percibo a las madres como un peligro para mis creencias). En cambio, he notado que muchas exponentes del bando contrario suelen ponerse a la defensiva, ofrecer explicaciones que nadie les ha pedido y lanzarse de cabeza a criticar a quienes no opinan igual.
Me atrevo a decir que en mi vida le he preguntado a una madre si da el pecho o el biberón, si está a favor de las guarderías, de la escolarización o de la educación en casa, si su hijo duerme con ella o en una habitación aparte; no lo pregunto porque me parece una falta de educación y una intromisión injustificada en la vida privada del personal. Ahora, si me lo cuentan y me piden opinión, me considero con derecho a decir lo que pienso sin que se me lancen a la yugular por no hacer lo que se considera políticamente correcto hoy en día.
A veces nos sentimos atacados cuando sabemos que podíamos haberlo hecho mejor. No sé si será el caso, pero en las madres-verdugo más virulentas me ha parecido ver un atisbo de inseguridad.