lunes, 2 de septiembre de 2013

Con otros ojos

He encontrado esta joyita en Facebook, cortesía de uno de mis contactos:

Si os han enseñado a saludar al entrar,
si os han enseñado a tratar de usted a los adultos como forma de respeto,
si os han dicho que en los autobuses hay que ceder el sitio a las embarazadas y a las personas mayores,
si os han enseñado que hay que respetar los bienes comunes igual que los propios,
si os han enseñado que la honradez es una virtud y no un defecto,
si os han enseñado que el respeto que se muestra es respeto que se gana,
si os habéis criado con comida casera,
si habéis jugado en la calle durante horas,
si no teníais ropa de marca,
si vuestra casa no era a prueba de niño,
si os castigaban cuando os portabais mal,
si os han dado un azote de vez en cuando,
si teníais un televisor en blanco y negro y teníais que levantaros para cambiar de canal,
si las tiendas cerraban los domingos,
si habéis bebido agua del grifo,
si no hablabais inglés con 6 años y no teníais móvil con 9 pero sabíais lo que significaba ser educados,
¡compartid en vuestro muro y demostrad que habéis sobrevivido!

Técnicamente, puedo suscribirlo: me identifico con muchas cosas, he tenido una infancia así, me han enseñado todo eso, o por lo menos lo han intentado.
Mi primera impresión ha sido de rechazo, me ha molestado el tono autocomplaciente, la admiración no tan encubierta hacia una forma de crianza que ha causado bastante daño, el tufillo rancio que desprende la mal disimulada crítica hacia los jóvenes de hoy.
Por un momento, pensé en compartirlo en mi muro acompañado de un comentario irónico, he sobrevivido y casi no me han quedado secuelas, pero no sé si se habría captado la intención; con lo cual, me ha parecido mejor opción dedicarme a despellejar el texto en mi rinconcito virtual.
Lo he vuelto a leer con más atención y con cierta incredulidad, ya que la persona que lo ha compartido es de mi misma edad, por tanto esta perlita va dirigida a los de nuestra quinta.
Tengo que admitir que hasta agradezco este reconocimiento tardío, pues a estas alturas acabo de enterarme de que pertenezco a una generación de niños educados y respetuosos: no sé si el autor lo recordará, pero cuando éramos niños la opinión que los adultos tenían de nosotros era bien distinta, por aquel entonces nos consideraban una panda de mocosos malcriados, ruidosos y desagradecidos, hijos de unos padres blandengues y permisivos incapaces de imponernos una mínima disciplina.
Creo que el primer texto en el que se recoge una queja sobre los jóvenes que no respetan la autoridad se atribuye a Aristóteles: por desgracia, la falta de empatía y la incomprensión generacional perduran en el tiempo; lo que quizás me ha impactado ha sido descubrir que personas de mi edad opinan igual que lo hacían nuestros abuelos, y eso me hace sentirme terriblemente vieja.
No voy a entrar en el juego, no voy a achacar todos los males del mundo moderno a la falta de disciplina. Me sorprende la seguridad con la que el autor del texto habla de educación y respeto, como si fuéramos un dechado de virtud gracias a la mano dura.

Imagen: www.freedigitalphotos.net
Pues no, no lo somos, nos enseñaron a respetar a los que eran mayores que nosotros pero hoy en día no somos educados ni respetuosos en la forma de dirigirnos a la compañía de seguros, al panadero o al televendedor que nos ofrece algo que no necesitamos; nos han enseñado a ceder el asiento a los mayores y ahora no nos levantamos ni a tiros, esperando que lo haga alguien en nuestro lugar; nos han hablado de honestidad y honradez y solo hay que echar un vistazo a nuestro alrededor, desde la clase política hasta el simpático fontanero que sugiere no hacernos factura para ver lo hondo que ha calado el mensaje.
Será que las lecciones que perduran son las que se aprenden con amor y no con miedo.
Hemos crecido, hemos soñado con cambiar el mundo y hemos caído en el mismo error que ya cometieron nuestros padres, y sus padres antes que ellos, y así sucesivamente hasta formar una cadena infinita: preferimos no pensar que los niños y los jóvenes de hoy son un reflejo nuestro, es más tranquilizador aferrarnos a un pasado que nunca existió realmente, en vez de enfrentarnos a nuestras propias limitaciones.
Dentro de lo malo, a pesar del autoritarismo y de la rigidez con la que muchos fuimos educados, hay que decir que contábamos con una ventaja que los niños de hoy en día no tienen: a nosotros nos dejaron ser niños.
No necesitábamos ir a un restaurante con la consola o el DVD portátil, porque no existían, pero sobre todo porque no nos obligaban a aguantar una sobremesa interminable sin hacer ruido.
Podíamos pasarnos la tarde jugando porque no teníamos jornadas maratonianas ni nos asfixiaban con un sinfín de actividades extraescolares.
Si alguien llegaba al parque con un balón de fútbol los padres hacían de espectadores, o como mucho de árbitros, y disfrutaban viendo el partido en vez de enseñarnos las mejores tácticas para marcar más goles que el equipo contrario.
Nos enseñaban a jugar con nuestros amigos, no contra ellos, y si nos enfadábamos por perder nos recordaban que lo importante es participar en vez de apuntarnos a clases para mejorar nuestra técnica.
Nos dejaban jugar como nos daba la gana, sin instrucciones, ni normas ni intervenciones constantes.
No tuvimos las llaves de casa hasta la adolescencia porque cuando llegábamos del colegio siempre había alguien esperándonos.
Nos podíamos ir de vacaciones durante un mes entero, incluso sin ser ricos y si en casa entraba un solo sueldo.
Si nuestros padres se iban de viaje nos llevaban con ellos, porque por aquel entonces no se consideraba prioritario seguir haciendo vida de pareja.
Podíamos vivir, en vez de observar la vida a través de los barrotes de una jaula dorada.
Quizás deberíamos dejar de imponer límites y empezar a transmitir valores, deberíamos mirar a nuestros hijos y preguntarles qué necesitan en vez de tratar de darles lo que a nosotros nos ha faltado, a la vez que les quitamos su esencia y su libertad.
Sobre todo, deberíamos recordar que nosotros también hemos sido niños, en su día faltábamos el respeto a nuestros mayores, nos negábamos a ducharnos durante días, pasábamos fines de semana enteros viendo la tele en vez de hacer los deberes, nos manchábamos y ensuciábamos a más no poder, nos reíamos a carcajadas cuando debíamos guardar la compostura, nos aburríamos, desobedecíamos de mil maneras, veíamos dibujos violentos y nada educativos, mentíamos, pensábamos que los adultos eran una especie aparte, unos seres insufribles, incapaces de entendernos y de ponerse en nuestro lugar, y decidimos no ser como ellos cuando nos llegara el momento.
Empecemos por fin a mirar la infancia con otros ojos.