sábado, 11 de enero de 2014

Sueños

Esta entrada, que mi amiga Mon ha publicado en su blog Entre mimos y juguetes, me ha hecho pensar. Pensaba explicarle mis reflexiones en un comentario, pero sería demasiado extenso y no tenía intención de invadir su espacio, por lo tanto prefiero trasladarlo aquí.
A diferencia de Mon yo nunca he tenido un sueño: he tenido muchos, mi vida entera ha estado salpicada de sueños de todos los tamaños y colores, como el empedrado de un sendero, con lo cual me sería difícil identificar a uno solo de ellos como el sueño de mi vida.
Mis sueños de antaño eran muchos y variados: algunos simplemente venían a mi mente, otros los encontraba por el camino, otros más venían heredados, por no decir impuestos.
Mi madre tenía unos cuantos sueños preparados para mí, me los ofreció como un puñado de retales arrancados de aquel lugar que se encuentra a medio camino entre la felicidad y lo que nos habría gustado conseguir pero no pudimos. Quería que yo estudiara, que me licenciara, que encontrara un buen trabajo, que me realizara profesionalmente y que después, solo después, me casara y tuviera hijos para decidir espontáneamente dejarlo todo para cuidar de mi familia.
Mi padre no lo tenía tan claro, o quizás no lo expresaba de forma tan directa, pero estaba de acuerdo en que un trabajo interesante era prioritario para una vida feliz y que a mayor nivel de estudios, mayores posibilidades de encontrar un buen empleo.
Por desgracia para ellos, nunca me gustó estudiar. Me apasiona aprender, pero detesto el aprendizaje dirigido, que me digan qué debo aprender, cuándo, cuánto, cómo y qué es lo que debo opinar acerca de las lecciones que recibo.
No entendía cómo mis padres podían atribuir una importancia tan exagerada al éxito académico y profesional, a la vez que ellos tampoco comprendían por qué no quería lanzarme hacia ese futuro en el que según ellos se encontraba la clave de mi felicidad.
Yo tenía claro que quería ser feliz, pero también supe desde siempre que la felicidad no va necesariamente asociada a una carrera o a un empleo.
Quizás no tenía ambición, pero tenía sueños: soñaba con tener una casa propia, un sofá de terciopelo rojo en el salón, que me besaran bajo la lluvia, quería conocer (y ligarme) a un actor cómico protagonista de un programa de televisión que veía todos los domingos, quería vivir, viajar, reír, encontrar el amor, ser amada, admirada por mis amigos, aceptada por todo el mundo, quería sostener a mi bebé en brazos y darme cuenta de que en mi vida había un antes y un después, ir con mis hijos a la playa y decidir entre todos cómo pasaríamos el día, construir mi propia vida, ladrillo a ladrillo, sabiendo que era mía.

Door in the sky
www.freedigitalphotos.net
Demasiada adrenalina, demasiada imprevisibilidad para ser empaquetada y liberada en el interior de un aula o de una oficina.
Así que no hubo universidad, ni empleo de alto standing: no quise cumplir ninguno de los sueños que mis padres prepararon para mí, excepto el de ser feliz.
A veces echo la vista atrás y recuerdo mis sueños de entonces, con ternura o con pesar los vuelvo a colocar en el lugar que les corresponde. Algunos los he cumplido, otros no, otros más han ido perdiendo importancia durante el camino.
Si tuviera que hacer un balance, diría que adoro mi vida: la adoro con sus más y sus menos, con sus problemas y sus malos momentos, porque cada paso que he dado me ha llevado hasta donde estoy.
Sigo soñando e imaginando un futuro que no sé si llegará, pero la edad y la experiencia me han enseñado que lo bonito de los sueños es la sensación de felicidad absoluta que sentimos cuando conseguimos extender la mano hacia el infinito para atraer el sueño hacia el mundo real.
 

2 comentarios:

  1. He de reconocer que después de leer tu entrada siento envidia, envidia de todos esos sueños que tuviste, que tienes y que tendrás. Eres una soñadora y para mí eso es mucho mejor que tener el sueño de tu vida.

    Mi madre también tenía un puñado de sueños para mí. Mi padre otro puñado más. Y yo durante mucho tiempo la sensación de que les fallé.

    Sin embargo creo que al final todo se pone en su lugar y todo tiene un por qué y siento que empiezo a ser una soñadora como tú y ahora tal vez uno de mi sueños sea que nuestros hijos sueñen y deseen en libertad.

    Baci bella

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    1. A mí me decían que los sueños no servían de nada, no te dan de comer ni te visten ni puedes vivir de ellos, pero discrepo. Soñar es viajar a un mundo de ensueño, donde las cosas pueden ser exactamente como tú quieres, soñar es vivir mil vidas sin renunciar a la tuya.
      A mi edad sigo soñando, sueño por mí, por mi familia y por mis hijos. Mi mayor sueño, en cuanto a ellos, es que consigan descubrir su camino hacia la felicidad con el menor número de tropiezos posible, y que me quieran a su lado mientras lo recorren.
      Besos

      P.D.: Gracias por lo de bella, qué bien mientes, jaja.

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