viernes, 7 de marzo de 2014

Por favor, no me feliciten

Dentro de un par de horas, se volverá a celebrar el 8 de marzo. Para ser sincera, es un día que aborrezco porque con el tiempo se ha degradado hasta convertirse en mera fiesta comercial, un día en el que hay que comprar mimosas, perfumes o bombones, para agasajar a las mujeres, sin pararnos a pensar realmente en su auténtico significado. Lo siento, pero no quiero que me regalen nada, ni que me feliciten siquiera. El 8 de marzo no es el día de la mujer a secas, no es un día en el que regocijarnos por ser mujeres, ni para echarnos flores por ser tan buenas mujeres, madres, esposas o amantes.
El 8 de marzo no es una fiesta, sino una reivindicación. Se estableció en memoria de un suceso que ni siquiera tuvo lugar ese día, sino más tarde, el 25 de marzo de 1911, para ser exactos.
Cuentan las crónicas que ese día murieron más de un centenar de mujeres trabajadoras, encerradas en una fabrica por sus patrones, deseosos de reprimir de esta manera cualquier protesta de parte de sus subordinados. Imposibilitadas para salir, encontraron una muerte horrible; las más jóvenes apenas tenían 14 años.
Si bien las condiciones laborales han mejorado desde entonces, no podemos negar que en muchos países las mujeres siguen teniendo un papel secundario, por recurrir a un eufemismo. Desde que nacen, son consideradas inferiores, su papel es el de esclavas, no reciben apenas educación, son obligadas a contraer matrimonio a temprana edad y forzadas a gestar y parir antes de que sus cuerpos estén preparados para ello.
Incluso en los países modernos del llamado primer mundo una mujer no suele recibir el mismo trato que un hombre: a nivel laboral suelen percibir salarios más bajo aunque desempeñen el mismo trabajo que sus compañeros varones, la libertad sexual de las chicas está mucho más restringida que la de los chicos, están cuatro veces más expuestas que los hombres a sufrir abusos sexuales o violencia doméstica.
No podremos alcanzar la felicidad mientras uno de los géneros siga empeñado en dominar y aplastar al otro; como leí una vez, no tenemos derecho a ser iguales, sino el mismo derecho a ser diferentes.
Por todo ello, por favor no me feliciten. Queda mucho camino por recorrer, muchas mentalidades por cambiar, no nos desviemos del objetivo porque nos regalen flores.