sábado, 18 de julio de 2015

Huracán

Un día cualquiera, hace ya unos años. Estaba en el supermercado con mi padre, ayudándole a guardar
la compra a la vez que intentaba vigilar a mi hija, que por aquel entonces era un bebé en plena etapa exploradora. De repente, calculé mal y un frasco de tomate frito se me escurrió y se estrelló contra el suelo.
Vi la escena a cámara lenta: el bote que se resbalaba, se caía irremediablemente hasta impactar contra el suelo y estallar como una bomba; el contenido, una marea roja, parodia de sangre, que empezaba a expanderse en todas direcciones.
Unos sentimientos que creía olvidados y solo habían permanecido enterrados y dormidos durante décadas afloraron a la superficie con la fuerza de un huracán: mi corazón se aceleró, los ojos se me llenaron de lágrimas y empecé a temblar mientras las palabras brotaban sin control. Lo siento, no quería, no volveré a hacerlo, juro que no volverá a pasar.
La cajera se apresuró a buscar una fregona con la que limpiar el estropicio; fue a por otro frasco y santas pascuas. Ya en la calle, seguía disculpándome con mi padre cuando me cortó en seco diciéndome que son cosas que pasan, y que no tenía importancia.
No encontré el valor necesario para preguntarle por qué antaño la tenía.
A mí me pegaron lo normal.
 

1 comentario:

  1. Buf... Escalofríos me han dao. Triste e indignante realidad, también en mi caso. Luego dirán que "salimos normales", a pesar de las tortas. Lo normal como concepto.

    ResponderEliminar