Creo que el debate lo empezó mi amiga Pilar, de Maternidad continuum, al preguntar si los pediatras deberían ser asesores de lactancia; a raíz de su entrada, he tenido ocasión de leer varios artículos y comentarios sobre el tema.
Este tipo de artículos habitualmente acaba dividiendo a los lectores en dos bandos, están los que defienden la lactancia materna y los que lamentan el daño que están haciendo los (mal) llamados talibanes de la teta. Confieso que soy incapaz de leer a estos últimos sin reprimir una expresión de incredulidad: resulta que a estas alturas, todavía hay gente que cree en la existencia de una especie de conspiración a escala mundial cuyos siniestros fines pasan por por culpabilizar a las madres que no han dado el pecho y poner a los bebés en peligro de vida con tal de no recurrir a la leche artificial.
Exigirle a mi pediatra unos conocimientos profundos y pormenorizados sobre lactancia materna se me antoja igual de descabellado que pretender que se sepa de memoria la receta de la merluza en salsa verde.
Sin embargo, para aprovechar el ejemplo de la merluza, un pediatra tiene la obligación de saber a partir de qué edad se le puede dar merluza a un bebé, y la información debe ser acorde a las recomendaciones de los organismos oficiales.
La pena es que todo el mundo parece estar de acuerdo en lo que respecta a la merluza, pero si tratamos de aplicar el mismo razonamiento a la teta, por desgracia la cosa cambia.
Repito que no le exigiría a mi pediatra una cultura enciclopédica sobre lactancia, pero creo que tengo derecho a pedir que tenga por lo menos unos conocimientos básicos y razonablemente actualizados sobre el tema, que no se dedique a perpetuar tópicos, mitos y teorías de hace décadas, y sobre todo, que intente no emitir juicios de valor o presentar opiniones personales como si fueran verdades científicas.
En mi opinión, si una madre quiere amamantar pero se encuentra con problemas, lo más ético, sensato y correcto sería intentar encontrar la causa y ponerle remedio; si el pediatra en cuestión no es ducho en lactancia, debería remitir a la madre a un asesor o a un grupo de apoyo donde puedan ayudarla.
En cambio, es bastante frecuente que el pediatra se dedique a desanimarla, a inventarse enfermedades peregrinas (véase tu leche no alimenta) y a solucionarlo todo a golpe de biberón.
A este respecto, quiero dejar claro que no pretendo demonizar la leche de fórmula: en algunos casos por desgracia es necesaria, y para esos casos, menos mal que está. Si hay que suplementar porque existe una razón de peso, pues se suplementa, y además sin sentirse culpables porque en esa situación concreta es lo mejor para el bebé; pero no hay que olvidar que la lactancia artificial tiene riesgos, y por este motivo se debería recurrir a ella únicamente en casos estrictamente necesarios cuando no hay otra alternativa posible. Considero que la lactancia es un derecho del niño, no un capricho de la madre.
Si esto es ser talibana, entonces lo soy, y a mucha honra.
Los asesores de lactancia, las consultoras IBCLC y los grupos de apoyo han nacido en respuesta a la desinformación que muchas veces reina en el ámbito sanitario. Su labor, hasta donde he podido comprobar, consiste en ayudar a las madres a seguir amamantando cuando quieren hacerlo, no en perseguir a quienes han decidido no dar el pecho por el motivo que sea.
Existen estudios científicos que demuestran los riesgos de la lactancia artificial; son estudios que duelen mucho (mi primera lactancia fracasó, así que creo que sé de lo que hablo), pero aún así, querer ignorar la realidad, enfadarse y matar al mensajero no sirve de nada.
Lo que me sigue llamando la atención es que a estas alturas se sigue hablando mucho de los talibanes de la teta pero no se dice nada de los que están en el otro extremo: no son los talibanes del biberón, sino más bien los talibanes anti-teta.
He tenido la mala suerte de toparme con un pediatra así, un señor que consideraba a la teta culpable de todo, que intentaba obligarme a destetar, por activa y por pasiva, que llegó a decirme que una lactancia prolongada (para él, prolongada significaba 6 meses) podía ocasionar problemas de crecimiento.
Sin embargo, en una cosa tenía razón: tengo mala leche, pero no en el sentido en que lo decía, sino porque se la tengo guardada. El día que mi hija se destete le escribiré una carta contándole lo que pienso de sus teorías.
En su día, ese señor dio a entender que yo era una talibana de la teta, y me vi obligada a contestarle que viniendo de él, me lo tomaría como un cumplido.
En mi opinión, si una madre quiere amamantar pero se encuentra con problemas, lo más ético, sensato y correcto sería intentar encontrar la causa y ponerle remedio; si el pediatra en cuestión no es ducho en lactancia, debería remitir a la madre a un asesor o a un grupo de apoyo donde puedan ayudarla.
En cambio, es bastante frecuente que el pediatra se dedique a desanimarla, a inventarse enfermedades peregrinas (véase tu leche no alimenta) y a solucionarlo todo a golpe de biberón.
A este respecto, quiero dejar claro que no pretendo demonizar la leche de fórmula: en algunos casos por desgracia es necesaria, y para esos casos, menos mal que está. Si hay que suplementar porque existe una razón de peso, pues se suplementa, y además sin sentirse culpables porque en esa situación concreta es lo mejor para el bebé; pero no hay que olvidar que la lactancia artificial tiene riesgos, y por este motivo se debería recurrir a ella únicamente en casos estrictamente necesarios cuando no hay otra alternativa posible. Considero que la lactancia es un derecho del niño, no un capricho de la madre.
Si esto es ser talibana, entonces lo soy, y a mucha honra.
Los asesores de lactancia, las consultoras IBCLC y los grupos de apoyo han nacido en respuesta a la desinformación que muchas veces reina en el ámbito sanitario. Su labor, hasta donde he podido comprobar, consiste en ayudar a las madres a seguir amamantando cuando quieren hacerlo, no en perseguir a quienes han decidido no dar el pecho por el motivo que sea.
Existen estudios científicos que demuestran los riesgos de la lactancia artificial; son estudios que duelen mucho (mi primera lactancia fracasó, así que creo que sé de lo que hablo), pero aún así, querer ignorar la realidad, enfadarse y matar al mensajero no sirve de nada.
Lo que me sigue llamando la atención es que a estas alturas se sigue hablando mucho de los talibanes de la teta pero no se dice nada de los que están en el otro extremo: no son los talibanes del biberón, sino más bien los talibanes anti-teta.
He tenido la mala suerte de toparme con un pediatra así, un señor que consideraba a la teta culpable de todo, que intentaba obligarme a destetar, por activa y por pasiva, que llegó a decirme que una lactancia prolongada (para él, prolongada significaba 6 meses) podía ocasionar problemas de crecimiento.
Sin embargo, en una cosa tenía razón: tengo mala leche, pero no en el sentido en que lo decía, sino porque se la tengo guardada. El día que mi hija se destete le escribiré una carta contándole lo que pienso de sus teorías.
En su día, ese señor dio a entender que yo era una talibana de la teta, y me vi obligada a contestarle que viniendo de él, me lo tomaría como un cumplido.