miércoles, 30 de mayo de 2012

El último desvarío de Estivill

Admito que ayer me precipité un poco cuando decidí dedicar esta entrada a los últimos desvaríos del Doctor Estivill. Lo digo porque todavía no había leído las manifestaciones más recientes de su delirio, contenidas en una entrevista a la que se puede acceder a través de este enlace.
En ella, y siempre desde el pedestal de su infinita sabiduría, se columpia con una asombrosa declaración: "existen investigaciones muy serias sobre las mamás que están en contra de estas ideas y la mayoría presentan una psicopatología en su forma de ser".
Me diréis que la tengo tomada con él, y posiblemente sea cierto, pero reconozco que jamás había leído una afirmación tan abiertamente insultante. Es posible que mi evidente psicopatología me impida ver el sendero que tan preclara mente ha trazado para guiarme hacia la rectitud; aún así, creo que una persona capaz de destilar tanta hiel debe tener como mínimo algún problema mental no resuelto (¿le estarán aplicando el método Maridill?).
Para empezar, me permito dudar de la existencia de estas "investigaciones muy serias", al igual que la de aquellas otras, las que supuestamente alaban las bondades de su método, que cita constantemente y por doquier y que sin embargo nunca comparte, ni con la comunidad científica de la que se considera un destacado exponente ni con el ciudadano de a pie.
En segundo lugar, me cuesta un poco creer que en tiempos de crisis se destine el dinero del contribuyente a financiar una investigación cuya única finalidad sea demostrar que quien no está a favor del doctor Estivill debe estar automáticamente como una regadera.
De todos modos, vamos a suponer por un momento que esta declaración no procede de la diarrea verbal de una personalidad narcisista: imaginemos que dicha investigación seria existe, que el mundo científico no tiene nada mejor que hacer que investigar a las mamás que se oponen al método Estivill, y que se ha llegado a la firme conclusión de que estamos todas irremediablemente chaladas.
Si es así, por la parte que me toca, pienso someterme a una evaluación psiquiátrica a la mayor brevedad: en parte por curiosidad, pues me gustaría saber si se me engloba en esa mayoría de mamás de mente psicopatológica, o si pertenezco a la afortunada minoría libre de locura; pero también a nivel práctico me gustaría saber si cuando se me acabe la excedencia podré volver a trabajar o deberé solicitar una pensión por incapacidad.
Me gustaría además saber en qué consiste exactamente la psicopatología de la que sufro y si es la misma que también afecta a las otras mamás que piensan igual que yo. En caso afirmativo, debe tratarse de un caso de locura colectiva de proporciones apocalípticas, que afecta a numerosas personalidades (aunque al Doctor Estivill le cueste reconocerlo, las críticas a su método llegan hasta la comunidad científica).
Además, debe ser un trastorno ligado al cromosoma X, puesto que las que estamos tarumba solo somos las mamás: los papás que se oponen a su método pueden hacerlo sin miedo a que les pongan la camisa de fuerza, o bien el Doctor Estivill da por sentado que todos los padres apoyan incondicionalmente su punto de vista (ya se sabe, las mujeres somos más inestables).
Finalmente, me extraña que una persona pueda afirmar de forma tan categórica que quien está en contra del maltrato infantil debe estar loco. Entiéndase por maltrato infantil "cualquier acción (física, sexual o emocional) u omisión no accidental en el trato hacia un menor, por parte de sus padres o cuidadores, que le ocasiona daño físico o psicológico y que amenaza su desarrollo tanto físico como psicológico".
Dejar llorar a un bebé pudiendo atenderle equivale como mínimo, en mi opinión, a omisión no accidental, y entra por tanto en la definición de maltrato.
El Doctor Estivill escribe, difunde, pregona, ensalza y propaga un método de adiestramiento basado en el llanto, se enriquece a costa del sufrimiento diario de muchos bebés, niega la mera existencia de secuelas, afirma que no existe nadie en el mundo científico que se oponga a sus teorías... pero quienes estamos fatal de la azotea somos las madres que nos negamos a maltratar a nuestros hijos, las que reivindicamos el derecho a disfrutar de nuestra maternidad como nos plazca, a vivirla siguiendo nuestro instinto y no las directrices de un autoproclamado gurú del sueño.
¿Algún voluntario se presta a hacerle un diagnóstico al Doctor Estivill? Porque ciertos rasgos de la personalidad narcisista (véase "tiene un grandioso sentido de autoimportancia", "carece de empatia: es reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás", "presenta comportamientos o actitudes arrogantes o soberbios") a mi entender encajan... pero claro, yo soy una simple madre, y de probable forma de ser psicopatológica para más inri.
Aunque visto lo visto, si para ser normal hay que justificar el maltrato, me alegro de estar chiflada.

martes, 29 de mayo de 2012

Manda huevos

Recientemente, he podido leer en varios medios de comunicación las últimas declaraciones del Dr. Estivill en lo que a sueño se refiere. Me han producido la acostumbrada mezcla de indignación, resignación y asombro que suelo sentir cada vez que tengo la ocasión de oír o leer majaderías de semejante calibre.
La reciente publicación de ¡A dormir!, un refrito, perdón, reedición del más conocido Duérmete niño, ha servido como rampa de lanzamiento para una avalancha de declaraciones a cuál más - digamos - excéntrica.
Mi favorita se resume en que los fetos ya duermen solos antes de nacer, y es importante que los padres no les ayudemos a "desaprenderlo". Por desgracia, este genial descubrimiento merecedor del Nobel para la medicina llega con unos años de retraso, puesto que hace años que se sabe que los niños ya saben dormir antes de nacer. Sin embargo, el Dr. Estivill nos vuelve a deleitar con su facilidad para tergiversar la realidad ignorando los hechos que más le incomodan, y parece olvidar que los fetos duermen plácidamente acunados por el movimiento de la madre, mientras flotan apaciblemente en un mundo suspendido entre cielo y tierra. También parece pasar por alto el hecho de que los bebés que no desaprenden lo que aprendieron antes de nacer son los que necesitan dormirse en brazos, puesto que con ello intentan reproducir la sensación que experimentaron durante su vida intrauterina.
Por tanto, es mucho más fácil transmitir el mensaje opuesto, dar a entender que lo más natural es recrear la etapa fetal en una cuna fría, aséptica e impersonal, para que el niño aprenda a dormirse solo. Hace especial hincapié en la importancia de acostar al bebé despierto para "darle la oportunidad de dormirse solo", para que de este modo nuestros hijos puedan adquirir buenos hábitos.
A este respecto, me pregunto si el Dr. Estivill ha hecho la prueba con muñecos o con bebés humanos, puesto que hasta donde yo sé, estos últimos suelen llorar si se les deja solos; posiblemente, la importancia de dejar solo al bebé desde los primeros días de vida esté estrechamente vinculada a las ventas de sus libros, no vaya a ser que los padres consigan conectar con su instinto, acaben por descubrir que lo que tienen en brazos es un ser humano y no una cría de gremlin y decidan prescindir de manuales que animan a poner en práctica una desensibilización progresiva hacia las necesidades del bebé.
A estas alturas, la extensa bibliografía del Dr. Estivill ya cubre casi todas las fases vitales en cuanto a sueño: ya teníamos el Duérmete niño, que abarca desde el nacimiento hasta los 5 años; para los niños más mayores está Vamos a la cama, método Estivill para niños entre 5 y 13 años; los adultos podemos dejarnos guiar por Necesito dormir, Que no me quiten el sueño y El libro del buen dormir. Finalmente, gracias a ¡A dormir!, se ha podido reglamentar también la etapa fetal.
Sin embargo, todavía queda un resquicio que el Dr. Estivill todavía no ha aprovechado (aunque es posible que solo sea cuestión de tiempo): me refiero a la época de la concepción. Haciendo gala del ingenio y el sentido del humor que le caracteriza en la elección de sus títulos, la próxima publicación del Dr. Estivill podría ser Manda huevos: guía para enseñar a dormir a los espermatozoides.
A mi modo de ver, es perfecto: seguramente existe una teoría científica que demuestre que los espermatozoides que no duermen como deberían producen bebés incapaces de adquirir el correcto hábito de sueño, y por tanto es de vital importancia enseñarles a dormir antes de la fecundación. Y si dicha teoría no existe, pues se inventa (al igual que con los famosos estudios científicos que supuestamente alaban las bondades de su método, que el Dr. Estivill cita frecuentemente y misteriosamente no aparecen por ningún lado).
A continuación, solo habría que recurrir a alguna obviedad y convertirla en un descubrimiento de gran trascendencia, por ejemplo: se ha demostrado que las gallinas no sufren insomnio, no toman teta y no necesitan ser mecidas para dormir. Esto se debe a que sus huevos son empollados en el nido y aprenden buenos hábitos desde el principio, a diferencia de lo que ocurre con la raza humana que necesita una reeducación constante, porque los padres de hoy en día somos incapaces de hacer las cosas como Dios manda y necesitamos seguir a un gurú que nos enseñe a regular todas las facetas de nuestras vidas.
Yo lo digo en broma, pero no me extrañaría que alguien se lo tomara en serio.
Manda huevos, de verdad.

sábado, 26 de mayo de 2012

¡¡Primer cumple-blog!!

Birthday card, de digitalart
http://www.freedigitalphotos.net
Hace unos días, el 23 de mayo pasado para ser exactos, mi blog ha cumplido un año.
Empecé a escribirlo con mano temblorosa, sin saber si tendría buena acogida, si podría seguir, sin estar siquiera segura de qué rumbo tomaría.
Ha pasado un año y aquí seguimos, es posible que todavía no tenga un rumbo definido, porque en él se mezclan recuerdos de infancia, vivencias cotidianas, opiniones sobre teorías educativas y reflexiones de todo tipo... El blog va dando bandazos, tal y como lo hago yo, y quizás ese sea justamente su rasgo más definido.
Lo empecé por mí, y en cierto modo cada entrada que publico también es para mí, pero me hace ilusión ver que también hay personas que se interesan por lo que escribo, lo aprecian y todavía me siguen después de un año.
32 maravillosas personas me siguen desde Google y 22 desde facebook, y algunas más lo hacen desde el anonimato. Desde su creación, este blog ha sido visitado 9.273 veces, que se traduce en una media aproximada de 25 visitas diarias. La mayoría proceden de España, pero mi rinconcito de la Red lo han visto también en Alemania, Argentina, Camboya, Canadá, Chile, China, Chipre, Colombia, Costa Rica, Cuba, Dinamarca, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Israel, Italia, Japón, Letonia, México, Noruega, Países Bajos, Perú, Portugal, República Dominicana, Rumanía, Rusia y Suecia.
He escrito un total de 59 entradas (60 si contamos esta), lo que significa que lamentablemente no puedo dedicarle todo el tiempo que me gustaría, prometo intentar mejorarlo en mi segundo año como mamá bloguera.
La entrada más leída ha sido Enseñar a dormir, y la segunda Chispas de luz; esta última ha sido, hasta la fecha, la más valorada, o por lo menos la que más votos positivos ha recibido (no sabría decir cuántos, porque se borran periódicamente).
Gracias por haberlo hecho posible, gracias por estar allí.

sábado, 19 de mayo de 2012

El método Maridill

Sex icon, de digitalart
http://www.freedigitalphotos.net
Empezó con una broma: una chica escribió en un foro que había inventado un novedoso método, de ahora en adelante conocido como El método Maridill, para enseñar a los maridos a mantener relaciones sexuales con una muñeca hinchable en vez de con su esposa, para no cohartar la independencia de esta última con inoportunas exigencias de "deberes conyugales". Ha tenido tan buena acogida que hasta se ha creado un blog, al que se puede acceder desde aquí.
Pienso que no es necesario aclarar que el método Maridill es una parodia de otro método de nombre parecido (que a su vez es un plagio de otro método similar popular en EEUU), que pretende enseñar a dormir a los niños.



Confieso que me apunté al vacile. Supongo que es una experiencia casi catártica, desvariar sobre algo tan incuestionablemente divertido crea una especie de camaradería con las personas con las que se comparte la broma. Si el método Estivill pretende que el niño encuentre consuelo en el muñeco Pepito, pues el método Maridill propone una muñeca hinchable para tal fin (a mi juicio, es extremadamente importante que sea la esposa la que elija la muñeca, en contra de la opinión del marido si hace falta, y le ponga un nombre insinuantemente sugerente, como Natasha o Samantha); si para "reeducar a un niño en el hábito de sueño" es importante dejarle en la habitación un poster, un móvil de cuna y un chupete, para reeducar a un marido en el hábito sexual harán falta como mínimo un par de revistas porno y un DVD para ver películas X (sobre el chupete, mejor no me pronuncio).
Hasta aquí llega la broma; para más vacile, estaros atentos a mi próxima entrada, o como suelen decir en la tele, stay tuned.
Ahora en serio: me hace gracia, pero al mismo tiempo me deja un sabor agridulce. Si El método Maridill se convirtiera en un libro, en el mejor de los casos solo encontraría hueco en la sección de humor. En el peor, el público se escandalizaría, se le consideraría un ataque hacia las personas aquejadas de problemas sexuales o se le acusaría de mofarse de la sagrada vida de pareja. Se apreciaría, o no, la ironía con la que se ha escrito, pero nadie lo tomaría en serio.
Sin embargo, las librerías están llenas de libros que proponen maltratar psicológicamente a los niños para que dejen dormir a sus padres (uno de ellos recientemente reeditado) y no solo no se retiran de la circulación, sino que nadie se inmuta, es más, se consideran teorías educativas dignas del más profundo respeto.
A nadie en su sano juicio se le ocurriría poner en práctica el método Maridill, porque renunciar a esa parcela de la vida en pareja caparía (nunca mejor dicho) una parte importante de la relación entre marido y mujer, pero muchos padres deciden aplicar el método Estivill, ya sea por decisión propia o por presión social, sin pararse a pensar que están sacrificando una de las partes más agradables de la maternidad y la paternidad en beneficio de una mal entendida autonomía.
Por lo que a mí respecta, al igual que me niego a maridilizar (o como se diga) también me niego a estivilizar: opino que la vida debería ser una fiesta para todos los sentidos, y cuanto más nos conectamos a ellos, más libres y auténticos nos sentiremos.
El que decida renunciar al sexo sus razones tendrá, pero a mi entender se está perdiendo algo que merece la pena.
Del mismo modo, el que nunca se haya dormido respirando el aroma del pelo de un bebé, no sabe realmente de qué va la vida.



jueves, 17 de mayo de 2012

Nonna Gufo

La traducción literal del título de esta entrada sería "abuela Búho": así era como llamaba a mi abuela materna. Gufo, búho, era un apodo cariñoso que le habían dado mis padres, porque tenía la costumbre de caminar por la casa a oscuras, incluso de noche: según ella, porque era capaz de ver en la oscuridad, como los búhos, según mi madre y mi tía, para ahorrar luz. Fuera como fuera, hasta la fecha me resulta difícil recurrir a su nombre de pila para pensar en ella, en mi corazón sigue siendo Gufo.
He tenido la inmensa suerte de conocer a personas especiales y maravillosas a lo largo de mi vida y sin duda, mi abuela materna fue uno de los pilares de mi infancia.
Ahora que soy adulta y madre, lamento no haber podido conocerla más, mejor y durante más tiempo, no haber tenido la ocasión de añadir más espesor a la imagen que guardo mi interior.
Recuerdo que me encantaba que me relatara anécdotas de su infancia, y me hablaba de las travesuras que hacía con sus hermanos, de cómo su madre los perseguía para pegarlos. En aquel tiempo, me parecían historias divertidas, como los tebeos que concluían con la persecución final; en cambio, ahora puedo llegar a vislumbrar la infancia de mi abuela en toda su crudeza, una infancia marcada por la pobreza y los malos tratos.
Mi abuela fue la segunda de seis hijos nacidos en una familia pobre de solemnidad; dos de sus hermanos no consiguieron sobrevivir a una infancia llena de carencias y privaciones. Su madre, mi bisabuela, a la que no llegué a conocer, se había casado muy joven para huir de las palizas de su madrastra, y no supo hacer otra cosa que criar a sus hijos con la misma brutalidad con la que ella había sido educada. Su padre casi nunca tenía trabajo, y cuando conseguía unas pocas monedas acababa gastándoselas en la taberna del barrio.
Sin embargo, mi abuela tenía el don de saber ver siempre el lado positivo de las cosas: nunca reprochó nada a sus padres, se limitó a dedicar el resto de su vida a intentar hacer felices a los demás.
Sabía que me encantaban sus historias, y consiguió trasformar una infancia de pesadilla en un relato emocionante y divertido: me contaba la historia de su hermano Albino al que se le quedaron las piernas torcidas de tanto esconderse en el cesto de la colada para huir de la cólera de su madre, el mismo que cuando empezó el colegio tenía entendido que debía volver a casa cuando sonara la campana y así lo hacía, incluso cuando no habían terminado las clases.
Mi historia favorita era, sin duda, la de la tarta de manzana. Mi bisabuela esperaba la visita de una amiga, y había preparado una tarta de manzana, toda una delicatessen en una familia donde la comida escaseaba a menudo. Para evitar que los niños se comieran la tarta destinada a la visita, la bisabuela decidió guardarla en lo alto de un armario, pero al hacerlo inclinó la bandeja y la tarta se cayó al suelo. Entonces, les dijo a los niños que podían comerse la tarta, porque se había estropeado y así no se la podía ofrecer a su amiga. Sin embargo, ellos se negaron (mi abuela decía que eran pobres, pero tenían dignidad), despertando así por enésima vez la ira de su madre.
Recuerdo escuchar estas historias con la cabeza apoyada en el regazo de mi abuela, mientras su barriga se movía al ritmo acompasado de su respiración. En realidad, no era una mujer cariñosa en el sentido estricto de la palabra, no solía dar besos ni abrazos: supongo que años de malos tratos tuvieron que arrebatarle la capacidad de expresar sus sentimientos de forma tangible, pero sabía escuchar, sabía entender, sabía consolar.
No era una mujer culta, de hecho solo pudo ir al colegio durante un par de años antes de tener que ponerse a trabajar para intentar sacar adelante a su familia, pero tenía esa sabiduría que procede de la vida, una habilidad invidiable para encontrar lo que se ocultaba en los corazones ajenos.
Su casa, en la que pasaba todo el tiempo que me permitían, era una especie de paraíso, un lugar encantado donde podía emprender una caza al tesoro y encontrar auténticas reliquias de otros tiempos, como la radio de antes de la guerra, el crucifijo de plástico que brillaba en la oscuridad o el segnatempo, una estatuilla que cambiaba de color cuando iba a llover.
Una vez me compró una muñeca para que tuviera un juguete en su casa, pero por lo que recuerdo nunca le hice demasiado caso. Me gustaba mucho más jugar en la cocina, inventarme recetas con las sobras de comida que guardaba para mí, triturar los ingredientes más variados en su molinillo de café, poner chismes encima del tocadiscos para verlos dar vueltas a 78 revoluciones, jugar y experimentar con todo lo que en casa no me dejaban tocar siquiera.
Mi abuela me malcrió en el verdadero sentido de la palabra, que yo recuerde nunca me levantó la voz, y tamaña falta de disciplina hacía que un consejo suyo tuviera más efecto que todas las órdenes que recibía en otros sitios. Ella no entendía las modernas técnicas educativas, no sabía nada de la independencia temprana, ni de la necesidad de poner límites a los niños, desconocía los motivos por los cuales hay que cortar las rabietas de raíz. Solo sabía que yo era sangre de su sangre, y quería que fuera feliz.
Cuando se fue de este mundo, después de una larga enfermedad, yo tenía 13 años. Sin embargo, tuve que despedirme de ella mucho antes. Llegó un momento en que empezó a olvidar las cosas, las caras, las personas, y comenzó un lento descenso hacia la inconsciencia.
El día del entierro de mi abuela mi madre me reprochó que no llorara por ella. El comentario me hirió profundamente, porque la había llorado muchas noches en la soledad de mi habitación, desde que empezó a apagarse y esa persona maravillosa se fue convirtiendo en una cáscara vacía. Fui incapaz de llorar el día de su muerte porque sabía que hacía mucho que la había perdido.
A veces pienso que no la he perdido porque no me ha abandonado. Oí su voz por última vez unos quince años después de su muerte, mientras estaban operando a mi padre de urgencia. Resonó en mi cabeza con toda claridad: va tutto bene, Cochi (va todo bien, Cochi - este último era el apodo con el que solía dirigirse a mí). Tan solo unos segundos después, los médicos nos avisaron de que la operación había sido un éxito.
Quiero que esta entrada sea un pequeño tributo para ella, una forma de hacerle saber lo que en su día no pude o no supe verbalizar, una manera de quitarme de encima aunque sea en parte, el peso de las palabras que no supe pronunciar.
Sigue estando allí, se ha convertido en una de las estrellas que me guían, me miran y me protegen desde arriba.
Hasta siempre, Gufo.